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martes, 25 de octubre de 2022

KENOSIS

KENOSIS. Por Miles Christi Cristo Jesús el cual existía en la forma de Dios No exigió tener la gloria debida a su divinidad Se anonado a sí mismo tomando la forma de siervo de Dios Y se asemejó a todos los hombre en su condición. Haciéndose hombre ,se humilló se hizo obediente ,hasta morir en la cruz hasta morir en la cruz. Por eso Dios en forma admirable a Cristo exaltó Y le otorgo un nombre tan alto que a todo excedió Para que así el cosmos entero se centre en Jesús. Él es el Señor que a todos conduce al Padre Amen (Himno Pascual o Cristológico) ¿Qué es la Kenosis? Es un concepto cristológico que tiene su raíz y su base bíblica en Flp 2,7. se dice de Jesucristo que «se vació a sí mismo» (heauton ekénosen), asumiendo la forma de vida humana que es propia de los demás hombres y haciéndose obediente al Padre hasta la muerte de cruz. Significa por tanto el «vaciamiento» de sí que realizó el Hijo de Dios insertándose en la historia de los hombres, hasta pasar por la experiencia de la muerte de cruz. Este acontecimiento ha sido interpretado en diversos sentidos por la tradición teológica. En las Sagradas Escrituras, San Pablo en su carta a los Filipenses(2,5-11)nos escribe lo siguiente: "Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, como existiera en forma de Dios, no creyó deber retener el ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres. Y mientras en su exterior aparecía como hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble la rodilla de cuantos habitan en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese:que Cristo-Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre". En el texto original griego dice el versículo 7: "ἀλλὰ ἑαυτὸν ἐκένωσεν μορφὴν δούλου λαβών, ἐν ὁμοιώματι ἀνθρώπων γενόμενος· καὶ σχήματι εὑρεθεὶς ὡς ἄνθρωπος" donde ἐκένωσεν (Ekenosen-Kenosis) es vaciamiento,abajamiento,anonadarse,despojarse de la condición divina de Jesucristo De acuerdo con la teología católica, el abajamiento de la Palabra consiste en la asunción de la humanidad y el simultáneo ocultamiento de la Divinidad. El abajamiento de Cristo es visto primero como su autosujetamiento a las leyes humanas del nacimiento y crecimiento y a la bajeza de la naturaleza humana caída. En Su abajamiento, Su semejanza con la naturaleza caída, no implica pérdida de justicia ni santidad, sino solamente las dolencias y penalidades aparejadas a tal pérdida. Ello afecta al cuerpo y al alma, y consiste en la posibilidad de sufrir por causas internas y externas. En el cuerpo, la dignidad de Cristo excluyen alguna dolencias y estados. El poder preservante de Dios que habitaba el cuerpo de Cristo, no permitió ninguna corrupción y le previno de enfermedades, inicio de la corrupción. La santidad de Cristo no era compatible con la descomposición tras la muerte, que es la manifestación del poder destructivo del pecado. De hecho, Cristo tuvo el derecho de liberarse de todo dolor corporal, y Su humanidad habría tenido el poder de quitar o suspender los efectos de las causas del dolor. Pero El libremente se sujetó a Sí mismo a muchos de los dolores resultantes de la ejercitación del cuerpo e influencias externas adversas como fatiga, hambre, heridas, etc. Siendo que éstas molestias tenían suficiente razón en la naturaleza del cuerpo de Cristo, le eran naturales a El. También Cristo retuvo El las debilidades del alma, las pasiones de Su razón y apetitos sensitivos, pero con las siguientes restricciones: (a) Emociones desordenadas y pecaminosas son incompatibles con la santidad de Cristo. Solamente pasiones sin culpa moral como temor, tristeza y el compartir en el alma de los sufrimientos del cuerpo son compatibles con Su Divinidad y perfección espiritual. (b) Aún el origen , intensidad y duración de esas emociones estaban sujetas al libre parecer de Cristo. Además, El podía prevenir los efectos disturbantes de tales pasiones sobre Su las acciones de Su alma y paz mental. En el Nuevo Testamento se dan también algunos otros pasajes además de Flp 2,7, en donde se hace referencia más o menos explícita a la abnegación, hasta su vaciamiento, del Hijo al entrar en nuestra historia: cf. Jn 1,14, donde el término sarx/carne indica a la humanidad en su fragilidad, transitoriedad Y mortalidad; Gál 4,4: el Hijo preexistente de Dios nació de una mujer y se sometió a la ley; Jn 17 5: el Hijo vive ahora en una situación, donde está privado de aquella gloria que poseía desde toda la eternidad; 2 Cor 8,9: el Hijo era rico, pero se ha hecho pobre (eptócheusen) para enriquecernos a nosotros. Una lectura comparativa de estos pasajes puede ayudarnos a leer con exactitud el contenido de Flp 2,7, que de hecho ha sido y sigue siendo interpretado de manera distinta por los exegetas. Algunos han visto el «vaciamiento» kenótico del Hijo eterno de Dios en su misma bajada en carne/naturaleza humana (como se verá, algunos Padres prefirieron esta interpretación); otros lo han visto en el hecho de que el Hijo de Dios preexistente ha entrado en el mundo y ha asumido la naturaleza humana renunciando a vivir en ella en la condición de gloria y de esplendor que habría de esperarse del Hijo divino y que de hecho se le dio en la resurrección (así piensan la mayor parte de los exegetas de nuestros días); otros finalmente han visto la kénosis en el hecho de que el hombre Jesucristo (no el hijo de Dios preexistente) recorrió un camino de humillación, de sufrimiento, de muerte, de cruz, que desembocó posteriormente con la resurrección en una situación de gloria. Del contexto inmediato de Flp 2,7 y del contexto remoto que nos ofrecen los otros pasajes bíblicos que hemos recordado se deduce que el concepto de «vaciamiento» más aceptable es el segundo: debe verse en la opción del Hijo eterno de Dios de hacerse hombre y de vivir como los demás hombres en la humildad de la condición humana, con su carga de limitaciones, sufrimientos y de muerte, antes de pasar a la situación gloriosa en que se encuentra con y después de su resurrección de la muerte. La kénosis del Hijo no consiste en la encarnación en sí misma, sino en su encarnación en la debilidad, hizo cercano a nosotros e imitable por nosotros (cf. Flp 2,5) Y fue esta kénosis la que el Padre sucesivamente en una situación de existencia humana gloriosa, premió su obediencia hasta la cruz. (Cf. Flp 2,8-11). La época patrística advirtió temprano el problema de la kénosis del apriori cultural helenista del carácter absoluto y de la inmutabilidad de lo divino y de la suma entre la esfera del espíritu y la de la materia y la corporeidad le hacía difícil admitir el vaciamiento radical del Logos divino mediante la asunción de una realidad humana finita, temporal, pasible, mortal. Pero el instinto de la fe hizo superar a la Iglesia de los Padres las dificultades que procedían de su contexto cultural y le permitió permanecer fiel al dato bíblico le imponía con todo su contenido desconcertante. Encontramos un eco del ánimo de la Iglesia patrística en la confesión de la verdad bíblica de kénosis de Cristo en un pasaje del concilio de Éfeso, inspirado en san Cirilo de Alejandría: «Afirmamos que el Logos/Hijo se hizo hombre de un modo inexplicable e incomprensible, uniendo a su hipóstasis la carne animada por un alma racional» (DS 250). San León Magno en el Tomus a Flaviano, patriarca de Constantinopla, habla expresamente de la exaninatio del Logos y la ve en su asunción de la «forma del siervo», de la «debilidad» de este mundo (cf. DS 293; 294). En este texto surge una perspectiva de la kénosis, característica de la reflexión de muchos Padres, pero que está ausente del dato bíblico: la bajada misma del Hijo divino asumiendo la naturaleza humana, en cuanto creada y finita, se ve como un rebajamiento, como un vaciamiento. La clarificación de la unión de lo divino con lo humano en Cristo en el plano de la hipóstasis/persona, que se realizó especialmente en el concilio Constantinopolitano II (553), y la consiguiente concreción de las normas de la «communicatio idiomatum» (es significativa la controversia sobre la afirmación de unos monjes escitas: «Unus de Trinitate passus est in carne», considerada como herética por los teólogos orientales, pero ortodoxa para el Constantinopolitano II: (cf. DS 432) condujo a una comprensión cada vez más exacta del vaciamiento del Hijo en su encarnación. Por no haber valorado esta conquista del pensamiento de los Padres, que hizo substancialmente suya la gran Escolástica, algunos teólogos, sobre todo del área de la Reforma, comenzaron a representar la kénosis de maneras y formas que constituyen de hecho, en diversas medidas, una eliminación del dogma cristológico. La kenosis, acción de despojarse o de humillarse a sí mismo, se convierte en el modelo de la conducta cristiana: humildad, servicio, abnegación, sacrificio, caridad fraterna, disponibilidad, amor a la pobreza. En este sentido la entendie­ron los primeros Padres de la Iglesia y late en la espiritualidad y en la ascesis de los cristianos. Por eso Jesús es el modelo. Y El mismo multiplicará sus alusiones a la humildad, según los relatos evangélicos: "No hagáis como los escribas y fariseos, que buscan los primeros puestos. Vosotros elegid los últimos. Y cuando venga que el que os ha invitado, dirá: Sube más alto" (Lc. 14.10). "El que quiera ser mayor entre vosotros, que se haga vuestro siervo". (Mt. 23. 11) El modelo de esa humildad es para el cristiano el mismo Cristo, quien cambió en la encarnación la forma de Dios por la forma de siervo. "El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir" (Mc. 10.45). Es el misterio de su vida. El, según ese mensaje profundo del Evangelio, ha venido a servir, ha pasado voluntariamente de "Dios en forma de Dios", a "Dios en forma de siervo." Eso es la "Encarnación". Es importante advertir que la humillación y los términos con que se expresa no son meras metáforas. Son realidades profundas del mensaje cristiano. Sin entender esta realidad no se puede ni presentar, ni entender, ni asumir, ni hacer vida el mensaje evangélico de la humillación del Verbo de Dios. El cristianismo no es una religión de destrucción, sino de construcción y transformación. La kenosis no es el final de todo, no es una destrucción masoquista de la vida, de la ener­gía, de la dignidad, de la libertad, como Nietzsche interpretó el mensaje cristiano y rechazó patológi­camente en sus obras, sobre todo en "Así habló Zarat­hustra" o en "Humano, demasiado hu­mano". El mensaje cristiano reclama ver la kenosis desde la óptica de la apoteosis. "Por lo cual el Señor Dios le ensalzó y le dio un nombre superior a todo nombre, para que ante El se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos". La exaltación de Jesús, la resurrec­ción y glorificación, es la recompensa a su humillación, a su "obediencia hasta la muerte y muerte de cruz". Dios le ensal­zó en su natu­raleza humana, por encima de todos los seres creados. Le confirió el nombre de Kyrios, Señor, Dominador. Y ordenó que todas las criaturas le rindan adora­ción como a Persona divina. En virtud de esta elevación, la naturaleza humana de Cristo entró a participar en su vida posterrena de la ma­jestad y gloria de Dios (Jn. 17. 5). Y más que recompensa, hay que ver en esa apoteo­sis un reconocimiento de la naturaleza divina de Jesús. "De ellos [de los israelitas], según la carne procede Cristo, que está por encima de todas las cosas, y es Dios bendito por los todos los siglos" (Rom. 9, 5) El sentido de la humillación encarnacional de Cristo hay que entenderlo en la perspectiva del pleno reconocimiento de su divinidad: "Nosotros aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Redentor Jesucristo". (Tit. 2. 13); Precisamente por eso los cristianos reconocemos a Jesús como Señor y le denominamos continuamente con ese término, expresión de su soberanía divina. Los primeros cristianos trasladaban el sentido de "Señor", que usaban los romanos con relación al César como Señor" de la tierra, a Jesús, el Señor del cielo. Los emperadores romanos se adjudicaban el título de Kyrios, ordenando que se les tributaran honores divinos. Los judíos ya aplicaban a Dios este nombre de Kyrios, versión de los nom­bres hebreos de Dios: Adonai y Shaddai. Conceptos como Soberano, Dominador, Rey, Señor, Fuerte, Roca, etc, eran decisivos para entender la idea sobre Dios. En la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén se llamó Señor a Jesús, después de su ascensión a los cielos, dando a esta palabra un sentido religioso. Así lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles: 1. 21; 2. 36; 9. 14; 21; 22, etc. "Señor Jesús, re­cibe mi espíritu... Señor, no les imputes este pecado." (Hech. 7. 59) Para San Pablo, Kyrios implica "señor divino". Multiplica las alusiones a Jesús, incluso identifica los títulos bíblicos atri­buidos a Yaweh entre los judíos, que él los transpasa a Jesús: 1 Cor. 1. 31; Rom. 10.12; 2 Tes. 1. 9; Hebr. 1, 10; 1 Cor. 2. 16, etc. "Al nombre de Jesús se doble la rodilla cuanto hay en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra." (Filip. 12.10). "Porque, aunque algunos sean llamados dioses ya en el cielo ya en la tierra, de manera que haya mu­chos dioses y muchos señores, para nosotros no hay más que un Dios Padre, del que todo procede y para quien somos noso­tros; y sólo hay un solo Señor, Jesucris­to, por quien son todas las cosas y nosotros también." (1. Cor. 8.10) fuente: Enciclopedia Católica. Mercaba.org Catequesis Lasalle.

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